Tuesday, April 13, 2010
Ensimismada

La tarde se había extinguido y la noche se llevó a los últimos niños que habían jugado en la resbaladera.
Se encontraba sola dejándose mecer por el viento, cual efigie olvidada, tratando de aferrarse al tiempo transcurrido.
Había olvidado las horas en las que yacía en aquel mismo sitio donde recibió su primer beso, una tarde en que las nubes flotaban perezosas en un cielo rojo. Recordó también que justo en ese mismo columpio, le habían declarado su amor dos meses antes de la graduación. Tales momentos le resultaban ahora tan lejanos, como si se trataran de esporádicos sueños.
En su interior, ella seguía preguntándose si hizo bien en amarlo, sabiendo lo que ocurriría como una profecía ya confirmada. Aún así retó el vaticinio, esperanzada en revertirlo, mas no lo consiguió. El viaje a Francia le aguardaba, y la joven sabía que si él subía a ese avión jamás regresaría, y si acaso volviera, ya no la encontraría.
- Si abordas ese avión, nunca volverás verme – le dijo la tarde en que hicieron el amor por última vez. Él no respondió, desperdició la última oportunidad de quedarse con ella. La mujer lo miró en una mezcla de pena y decepción, se levantó de la cama vistiéndose rápido y tomó su bolso verde.
- Buen viaje, entonces – salió del cuarto, azotando la puerta.
Sentada desde el columpio, la mujer miró tristemente las nacientes estrellas. No se arrepintió de no haber ido al aeropuerto a despedirlo en la mañana, en vez de ello vagó por los lugares que solían ir, hasta terminar el recorrido en el parque. Consultó su reloj, ya era tarde. Se levantó del columpio, tomó su bolso verde y llamó a un taxi; ya no se encontraba con ganas para seguir caminando.
Al llegar a casa su madre le preguntó - ¿Alcanzaste a despedirlo? ¿Estás bien?
Ella forzó una sonrisa.
- Sí... Estoy bien – mintió y corrió a su cuarto.