Crónicas de mi Lado Oscuro

Encontré a Lenin una mañana, esperando en una esquina. No había cambiado desde que estuvimos en la universidad.

Sus ojos desvalidos cubiertos por unas gafas oscuras, su mano aferrada a un bastón de aluminio, sirviéndole de guía táctil y en la otra mano conteniendo una funda de caramelos para vender, para de esta manera llevar algún sustento para su hija enferma de epilepsia. La medicina es cara y el smog espeso.

Ironía cruel. El mejor estudiante de mi facultad convertido en un sencillo vendedor de caramelos. Ninguna empresa está dispuesta a contratarlo, sólo porque carece de la vista, por eso lo consideran un inútil.

¿Dónde esta la ley en que obliga las empresas a contratar al menos un 1% de empleados discapacitados de todo su personal? ¿Dónde esta el dicho banal “Todo esfuerzo tiene recompensa”? Lenin se esforzó por ser mejor y lo hizo pese a toda adversidad ¿todo para que? Para terminar vendiendo caramelos en los buses.

- La ley no existe – dijo él -. No existe porque no les importamos. De nada sirve la mejor Constitución si no se la aplica.

Como él pululan personas con algún impedimento físico, producto de una enfermedad o un desafortunado accidente que cambió radicalmente sus destinos. Nadie se ocupa de ellos, ni la ley, ni la gente “normal” esclava del materialismo y del poder.

Ellos son los relegados forzados, ignorados por una sociedad hipócrita amante de la perfección superficial, escudada en publicidad ficticia de lo comercialmente hermoso y rentable, porque lo que no es así es desechado y olvidado.

En vez de ser esta la tierra de oportunidades, es una tierra de supervivencia hostil.