Crónicas de mi Lado Oscuro

Silenciosamente entro para no despertarte. Toda nuestra habitación está desordenada, lo ropa sucia mezclada con la ropa limpia, cajones sacados violentamente de sus sitios como si estuviste buscando algo; el teléfono descolgado y la televisión encendida a alto volumen con el horrible ruido de la estática.

Estás ahí en el suelo como un monigote usado, con tarros de cerveza vacíos por todo el piso y un par de jeringas con residuos de heroína, y algunas píldoras que no terminaste de ingerir.

Balbuceas y tratas de levantarte, pero el sopor del narcótico te lo impide. No sé si sentir decepción o pena; decepción por cada promesa omitida y pena por seguir perdonándote; hasta siento rabia en mí por seguir creyéndote y querer admitir lo obvio: ya no tienes remedio, estás irreconocible. ¿Dónde quedo la persona que una vez amé? ¿En qué parte de nuestras vidas te perdiste? Es algo que no lo sabré.

Avanzo hasta mi maleta y acomodo lo poco que traje, mis pocas pertenencias, algunos libros y nada más.

Te dejo una nota definitiva en la que te pido no vuelvas a llamarme y unos treinta dólares por si tienes que comprar algo para comer, aunque no dudaría en que los emplearás para comprar más droga.

- ¿Cómo puedo seguir amándote? ¿Cómo puedes llamar a esto una relación de pareja? – murmuro. Y cierro la puerta de lo que fuera nuestra habitación para ya no volverte a ver, por más que la pena me ruegue hacer lo contrario...