Wednesday, September 20, 2006

 

Lo Que Más Detesto: Todo Sobre Mi Padre

Una de las cosas que más detesto es la expresión que dice la gente cuando viene a casa “Eres igual a tu padre” y la verdad no puedo evitar sentirme más molesto.

Es que hablar de mi padre es hablar de una guerra fría que ha durado hasta hoy, y que dudo que se llegue a la paz.

Por un lado están los innumerables episodios en que soporté su menosprecio, cuando él sojuzgaba mi mente y cuerpo. Quería que yo fuera como él que pensara y actuara como él.

No voy a reproducir sus insultos porque me trae malos recuerdos a mí memoria a excepción de algunas escenas clave: La noche cuando tenía tres años, en que lo vi golpear a mi madre por no haber comprado el tanque de gas para tener lista la comida a su llegada del trabajo.

La tarde en que me enseñó a empujones y coscorrones a manejar la bicicleta, bajo una tarde lluviosa, repartiendo sus vejaciones por todo el barrio y frente a todos los vecinos. Las lecciones de natación donde me gritaba en público. Las patadas frente a sus amigos y familiares. La ocasión en que me tuvo despierto la noche de mayo de 1986 enseñándome unas malditas fórmulas de cálculo para el examen de admisión a “Vietnam”, y el correazo que cayó sobre mí cabeza, el más fuerte de los tantos que me dio hasta la madrugada. Todo esto, más sus insultos provocaron en mí un rencor, odio y venganza.

Por otro lado está su doble discurso. Hablaba de la armonía cósmica y el amor universal, conceptos que nunca aplicó o pretendía aplicar. Él, un hombre impaciente, autoritario, resentido cuando no hacían caso de sus “consejos”, machista, celoso, un hombre que detesta ser contradicho, incapaz de oír y tolerar errores, y sobre todo, inútil a la hora de respetar las ideas del otro.

Por eso nunca lo he considerado mi padre. No confío en él, ni le tengo respeto, porque el respeto debe ser merecido no forzado, y por ello no le guardo lealtad alguna.

Entre el miedo y las humillaciones tuve que construirme basándome en modelos que nada tienen que ver con él. Con el tiempo descubrí que uno de los propósitos de esta vida es romper con los círculos y no cometer los errores del pasado. Por eso soy fiel a mis discursos, porque son por y para mí y nadie más. De ahí que tuve conciencia de mí y de lo que debía ser: Un hombre flexible, justo, ecuánime, que propone y no impone sus ideas; alguien carente de celos enfermizos, un no autoritario. Y soy lo que soy por y para mí, no para quedar bien con el resto. Con ello desarrollé mi sistema de justicia basado en la venganza, cruda pero necesaria. Como diría Marcela “Nadie tiene por qué humillarte”

El dolor causado por él en mí es irreversible. Por eso lo veo como el insignificante que es, hasta el extremo de no derramar una sola lágrima cuando muera. Por eso, y porque los daños que me ha hecho, le doy la espalda.

Comments:
No sos el unico que ha sufrido por culpa del padre, pero veo que el tuyo desgraciadamente para vos es peor que el mio, alguna ves lei carta al padre de Kafka y me senti muy identificado, creo que esta cita que te comparto te parecera valiosa:

"Queridísimo padre:
Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.
A ti la cosa siempre te ha resultado muy sencilla, al menos en la medida en que has hablado de ella delante de mí y delante -indiscriminadamente- de muchos otros. Tú piensas más o menos lo siguiente: has trabajado a destajo tu vida entera, lo has sacrificado todo por tus hijos, muy especialmente por mí, lo que me ha permitido vivir «por todo lo alto», he tenido completa libertad para estudiar lo que me ha apetecido, no tengo motivos de preocupación en cuanto al pan de cada día, o sea, no tengo motivo alguno de preocupación; tú no has exigido a cambio gratitud, conoces «la gratitud de los hijos», pero sí al menos una cierta deferencia, alguna que otra muestra de simpatía; en lugar de eso, yo siempre me he escabullido de tu presencia, refugiándome en mi habitación, en los libros, en amigos chalados, en ideas exaltadas; nunca he hablado abiertamente contigo (...)"

Franz Kafka
 
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