Tuesday, September 26, 2006

 

En un Rincón

Elizabeth, sentada sobre la alfombra, sigue escuchando al hombre que conoció hace seis meses en Manta, y que había venido a visitarla como lo había prometido.

La noche continúa avanzando, con la música del reproductor (una canción de Police). Las palabras y el vino que fue poseyendo sorbo a sorbo a la ex-señora de un matrimonio que jamás existió.

Elizabeth, ya desinhibida por la voz del vino, toma la mano del hombre y lo lleva al baño, estrecho pero ansioso. Se deja tocar como no se había dejado en meses, en tanto sus manos tocan atrevida el miembro del hombre, jugando con él.

Besos irrefrenables, primeros gimoteos.

La mujer siente que él la levanta arrimándola contra la pared. Elizabeth se arremanga su falda con que saliera del trabajo en la mañana y abre las piernas.

Entre los besos que el amante hace a su cuello y sus senos, Elizabeth se abraza a él, y con su mano guía el sexo levantado a ella. Gemido de sorpresa, penetración deliciosa. El gozo se dibuja en la cara de la mujer y su cuerpo se retuerce a las embestidas del macho. Gemidos en aumento, palabras en baja voz pidiendo más.

La mujer sujeta el cuello del hombre y lo besa a los labios.

Unos golpes llegan a la puerta. Una voz familiar la llama. Pregunta si está bien y algo sobre la comida.

- Haz lo que quieras, ya mismo salgo

Los pasos se retiran, y los amantes retoman el acto. Elizabeth vuelve a gemir, más rápido, más intenso. Sus piernas se abrazan a la cintura del hombre que la penetra más profundo y exaltado.

Elizabeth se convulsiona con una exclamación ahogada por los besos del macho. El sabor del orgasmo, su cuerpo envuelto en sudor asido a su pareja, el semen llenando su interior en la agonía de la erección.

Se besaron y acomodaron sus ropas. Salen del baño volviendo a la sala.

- Hay pizza en la cocina – dice la voz que los interrumpió, ahora proveniente del dormitorio.

Elizabeth y su amigo traen la caja recién ordenada, comen lo que pueden y se quedan dormidos sobre la alfombra espesa.


No hablaron mucho hasta llegar al terminal de buses. En quince minutos partiría el primer transporte a Manta.

-Ven conmigo – dice él -. Te amo.

- Si me amas, quédate.

- Tú sabes que no puedo hacerlo – toma la mano de ella-. Deja todo esto y ven.

- Tú sabes lo que pienso – Elizabeth se deja besar una vez, quizá la última.

- ¿Volveré a verte?

- No lo sé – responde ella apartándose de él - . El bus está yéndose. Debes irte.

El hombre sube al transporte sin decir nada.

Elizabeth abrocha su chaqueta, escondiendo su generoso escote, se acomoda el cabello y llora todo lo que puede, antes de ir al trabajo, a su rutina como madre y la soledad que le espera al volver a casa.






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